La necesaria aplicación de la inteligencia emocional en el seno de nuestras familias
Este mes de noviembre se nos invita a reflexionar y profundizar sobre el valor que tiene la familia en el seno de nuestra sociedad. Por tal motivo, es una ocasión propicia para detenernos y reflexionar sobre el papel primordial que desempeñan las familias en la formación de individuos sanos y de valores que aporten a la convivencia pacífica y de progreso en nuestro mundo.
La familia está llamada a ser escuela de amor, fraternidad, encuentro, diálogo, acompañamiento y protección; donde cada individuo con sus diferencias, con sus luces y sombras, se sienta autorrealizado. Esta lista de elementos propios de la familia nos lleva a pensar si realmente se están viviendo en los hogares de nuestro país.
Independientemente de todo, podemos decir que hay familias que viven como una escuela de valores y otras son un verdadero calvario.
Por eso, nos surge la siguiente pregunta: ¿nuestras familias están utilizando debidamente la inteligencia emocional en medio de ellas? Esta pregunta nos lleva a pensar sobre la inteligencia emocional, que es vista como la aplicación de la razón y el pensamiento ante las emociones que vive el ser humano. En otras palabras, es pensar antes de actuar, frente a las emociones y situaciones de cualquier índole que con frecuencia tocan al ser humano. La aplicación de la inteligencia emocional en el seno familiar implica acompañar en todas las etapas a cada uno de los miembros de nuestra familia, esto hay que hacerlo corresponsablemente, sobre todo con los más vulnerables (niños, ancianos o individuos con cualquier discapacidad física o mental). Pero también, la inteligencia emocional debe llevarnos a ver al otro como una huella de Dios en nuestras vidas, por tanto, no debemos, bajo ningún concepto, maltratar, ni verbal, ni psicológica, ni físicamente, porque la familia es para apoyarse, acompañarse y valorarse en cualquier circunstancia de la vida.
Una auténtica inteligencia emocional debe llevarnos a no ser ciegos e indiferentes ante los múltiples retos que experimentan nuestras familias, como es el caso del desempleo, la violencia intrafamiliar, madres solteras y sin apoyo, ancianos abandonados, niños huérfanos y desamparados fruto del funesto flagelo de los feminicidios. Por ende, es tiempo de despertar nuestra conciencia como hijos de esta época, reflexionar y pensar que somos corresponsables del bien de nuestras familias. La auténtica inteligencia emocional empieza por el diálogo y la escucha, preocupándome por los demás, en sus alegrías y tristezas, en sus éxitos y aprendizajes (que solemos llamar fracasos), pero, sobre todo, con el respeto basado en el amor. Quien respeta, valora y ama no engaña ni hace daño, más bien, busca siempre el bien del otro como su complemento de fraternidad familiar.
No podemos darnos el lujo de la permisividad institucional y moral, donde no se protege la familia, sobre todo aquellas golpeadas por la violencia y la desintegración. Por eso, estamos llamados a hacer todo lo posible para formar, defender y acompañar a las familias, a sabiendas de su papel preponderante en la creación de una sociedad pacífica y justa.
Debemos ver en la familia la esperanza frente a la violencia social, la cual es una realidad que se manifiesta en todos los órdenes humanos. Esto, es un indicador de descomposición social que las nuevas generaciones consideran «normal» al no conocer otro estado de cosas. Principalmente porque ven los valores humanos perdidos entre la bruma que parten desde sus propios hogares.
El origen de estos males se debe en mucho a que siendo la familia una institución natural, no un invento social del hombre, se ha intentado modificar su estructura, reinventándola al antojo, adulterándola, dañándola. Nada puede cambiar la realidad en la que, por naturaleza, la familia es la primera escuela de las virtudes humanas, en cuya esencia se integra toda persona al ser educada por amor, para la benevolencia en todas las relaciones humanas; y se atenta contra esta vital realidad. Aquí se encuentra el verdadero origen de muchos males sociales que parece ignorarse, por lo que no se atiende el problema en su causa para redescubrir, sanar y vigorizar las inmensas posibilidades que las funciones estratégicas de la familia tienen en el seno de la sociedad.
La familia moderna necesita aprender con la familia de Nazaret (Jesús, María y José) que la verdadera felicidad está dentro de ella misma y no en la calle; que ser rico no es tener mucho, sino necesitar poco; que ser feliz no es llenarse de cosas, sino hacer al otro feliz; que la humildad es la fortaleza del hombre; que la pureza es la condición para ver a Dios; que el desprendimiento es lo que nos hace ricos; que la templanza es el camino a la felicidad; que el perdón genera paz; que la verdad es la salvación; que el trabajo dignifica a la persona; que la bondad nos hace semejantes a Dios y que la santidad es nuestra alegría. Viviendo con estos criterios aplicamos la necesaria inteligencia emocional.
Padre Franklin Rosemberg Santana
Sacerdote Diocesano de San Pedro de Macorís y párroco en la Parroquia Sagrado Corazón de Jesús de Hato Mayor.
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